Probablemente hayas llegado hasta aquí porque has leído el término agilismo, o algún otro sinónimo como Agile o metodología ágil, pero aún no sabes qué significa ni para qué puede resultarte útil.
Entre las metodologías ágiles más conocidas se encuentran Scrum o XP (eXtreme Programming), ambas surgidas en el sector del desarrollo de software, aunque rápidamente se están adaptando a otros sectores. Hay algunas más, pero todas comparten los valores y principios que emanan del Manifiesto Ágil.
Hasta aquí, seguramente, te has quedado igual que al principio.
Te propongo la siguiente metáfora. Imagina que tienes que disparar a un objetivo que se encuentra a varios kilómetros de distancia. Apenas lo puedes ver a simple vista y para acertar sólo tienes un cañón y una única bala. Seguro que, consciente de la importancia de realizar bien los cálculos, te tomas tu tiempo, mides las distancias, los ángulos, el peso de la bala, ajustas bien el cañón, lo diriges hacia el objetivo y disparas, confiado en que tus cálculos han sido perfectos. Pero no habías contado con que el viento no era constante ni con que el propio objetivo se desplazaba lentamente hacia el oeste. El resultado, lejos de las expectativas iniciales, es que no aciertas al objetivo.
Si te dieran una segunda oportunidad, ¿qué mejorarías en la “gestión del proyecto”? La respuesta más inmediata podría ser realizar cálculos aún más complejos para poder ejecutar un disparo aún más preciso. Sin embargo, un agilista propondría cambiar el cañón por un misil teledirigido. Así, en vez de realizar unos exhaustivos cálculos iniciales, lo lanzaría inmediatamente en la dirección del objetivo, sin necesidad de precisar demasiado, porque ya sabe que éste se va a mover o que habrá imprevistos que lo desviarán, como el viento, por ejemplo. El misil, sin embargo, cada pocos segundos se encarga de reorientarse a sí mismo, incorporando a su nueva dirección las posibles desviaciones sufridas durante ese intervalo. El resultado, como puedes prever, es que esta vez sí que acertamos al objetivo.
Esta conocida metáfora de Henrik Kniberg nos ayuda a entender la diferencia entre una gestión de proyectos predictiva y una adaptativa. Las metodologías ágiles se basan en una gestión de proyectos adaptativa.
Tenemos, de esta manera, una estrategia para incorporar el aprendizaje obtenido tras cada avance en la construcción del proyecto. El trabajo se realiza en un proceso cíclico. Al principio de cada ciclo realizamos una planificación suficiente para ese período, al final del mismo inspeccionamos los resultados y, en función del feedback recibido, nos adaptamos. Igual que el misil. A este ciclo lo llamamos ciclo de mejora continua y es un concepto heredado de otra metodología de gestión, anterior a Agile, llamada Lean (o producción ajustada).
La mejora continua es sólo uno de los beneficios que nos aporta el agilismo, independientemente del sector en el que lo apliquemos. Pero seguir el Manifiesto Ágil nos trae muchas otras ventajas: desde un mayor foco en la satisfacción de los clientes hasta una búsqueda constante de la excelencia técnica, pasando por un mejor ajuste de los costes evitando construir características innecesarias. Aunque podríamos decir que el beneficio más importante consiste en que permite orientar los esfuerzos de toda la organización para que los equipos tengan un ritmo sostenible.
Pero esto no se consigue de manera espontánea, declarando “¡Ya somos ágiles!” o pidiendo “A partir de ahora, debéis ser ágiles”. Para que funcione el agilismo es necesario encontrar relaciones que beneficien a todos. Esto sólo lo podemos conseguir alineando a todos los participantes en valores y principios.
Valores, principios y buenas prácticas que sólo funcionan si entendemos que la metodología no es suficiente y que necesitamos también a las personas. Esto es algo que en Reeelab sabemos muy bien y, por ello, siempre comenzamos nuestro trabajo conociendo lo mejor posible al grupo humano con el que vamos a trabajar, para hacerlos partícipes y acompañarlos en su camino hacia la mejora continua.