Metodologías participativas

Definir un concepto

Si lees algunos de nuestros contenidos podrás ver que en Reeelab hacemos mención constante a las metodologías participativas y a cómo las aplicamos para transformar organizaciones. Se trata de una línea de trabajo innovadora en este ámbito, porque dichas metodologías proceden de las ciencias sociales, en concreto de la investigación social y el desarrollo comunitario, por lo que rara vez han sido puestas en práctica en el mundo de la empresa.

Hasta que nació Reeelab, claro.

En este artículo vamos a aclarar a qué nos referimos cuando usamos este concepto, porque en él se sustenta nuestra forma particular de llevar a cabo el cambio organizacional que proponemos. Más adelante, en posteriores artículos, explicaremos por qué las utilizamos en el contexto de la empresa, qué valor aportan y cómo lo hacemos.

El origen de las metodologías participativas

Para explicar el origen de las metodologías participativas de investigación resulta necesario abordar la historia de las ciencias sociales. Antaño, la investigación sociológica recurría, de forma casi exclusiva, a las metodologías cuantitativas (basadas en técnicas como la encuesta, el muestreo, etc); sin embargo, a principios del s.XX comienzan a surgir las llamadas metodologías cualitativas (a base de entrevistas o grupos de discusión). La principal diferencia no estriba en el uso de unas u otras técnicas, sino en el nuevo enfoque que se plantea si cuestionamos el uso de preguntas cerradas a la hora de conocer la realidad social.

Lo cual siempre se ha explicado a través de un ejemplo como el siguiente.

Si yo hago una encuesta en la que pregunto:

“¿Es usted lo suficientemente cretino como para comprar un abrigo de pieles?”

  • no
  • no sabe, no contesta

¿Cómo te sentirías? ¿Manipulado tal vez?

Demos por hecho que se trata de un ejemplo extremo, la realidad suele ser algo más sutil, pero a todos nos ha pasado, al enfrentarnos a una encuesta, que nuestra respuesta no se ciñera a ninguna de las opciones planteadas por el cuestionario.

Los seres humanos somos complejos y estamos llenos de matices. En las metodologías cualitativas, de lo que se trata es de conocer esos matices, mediante preguntas abiertas y dejando espacio para que las personas expresen su visión de la realidad. Además, se concede mucha importancia al conocimiento del contexto y al uso del lenguaje, pues también aportan información relevante. La contribución de las metodologías cualitativas fue fundamental para el auge de determinado tipo de estudios aplicados, como los de mercado, que permitían abarcar un amplio espectro de la opinión de los participantes.

Ni qué decir tiene que esto no implicaba desbancar los métodos cuantitativos, aunque sí limitar su alcance y su empleo a aquellos casos en los que la información proporcionada pudiera resultar relevante.

Pero no habría de quedarse ahí la evolución de las metodologías de investigación social, pues ya en los años 60 comienza a cuestionarse la relación de poder que implica el hecho de que un investigador externo sea el que formule las preguntas y extraiga, de las respuestas, aquellas conclusiones que le parezcan más oportunas. El investigador, por el mero hecho de participar, modifica la realidad y expresa su subjetividad (dispone de una opinión condicionada de la realidad). De esta forma, se advierte que en la investigación social existe una relación de poder que las metodologías participativas vienen a cuestionar, al tiempo que buscan y proponen alternativas.

De objeto a sujeto

Tanto en los métodos cuantitativos como en los cualitativos las personas son definidas como “objeto de investigación”, es decir, algo acerca de lo que hay que obtener información. Pero se trata de personas, con capacidad crítica y opiniones, por lo que la investigación participativa propone que sean tratados como “sujetos de investigación” y, por tanto, entren a formar parte de la misma, ya sea en la fase de diseño, en la formulación de preguntas o en la extracción de conclusiones.

De investigador a facilitador

Todos somos subjetivos, tanto el interrogado como el investigador o el que paga la investigación (el cliente). Si no podemos alcanzar la objetividad lo más apropiado será dar lugar a la “intersubjetividad”; es decir, permitir la participación del mayor número de subjetividades posible y, por tanto, del mayor número de personas implicadas en la realidad que queremos estudiar.

El papel del profesional, desde este paradigma complejo, consiste en desarrollar un rol de facilitador de un proceso colectivo, cuestionar los “para qué” del trabajo que realizamos, trabajar con las personas, no tomar decisiones por ellas y dinamizar procesos de reflexión para que, entre todos, definamos el problema y encontremos el cauce de acción más adecuado. Los principales axiomas de este enfoque podrían resumirse así:

  1. No sabemos lo que el otro necesita.
  2. No hay problemas individuales.
  3. No hay teoría sin práctica ni práctica sin teoría.
  4. Saber lo que se quiere requiere de un proceso de reflexión.
  5. El objetivo del trabajo es la transformación de las relaciones de poder.

Participación y poder

Este enfoque viene a cuestionar las relaciones de poder, no sólo las manifestadas en la investigación, sino a nivel social. Por norma general, el cliente (el que paga) plantea el tema de investigación y el conocimiento que quiere obtener de la realidad, lo cual limita el espectro de respuestas que vamos a obtener.

Sin embargo, lo que realmente deseamos es un proceso de profunda reflexión en el que el cliente tenga también que responder a preguntas, en el que se pacte un nuevo lenguaje que dé pie a una transformación de esa realidad que estamos estudiando. Ello supone un compromiso de todas las partes, respecto de la capacidad de compartir la toma de decisiones y de la responsabilidad de todos para generar una nueva realidad social.

Algún ejemplo

Como decíamos, este tipo de metodologías se han usado, sobre todo, en el desarrollo de las democracias directas o participativas, a nivel comunitario y local: numerosas administraciones públicas han optado por aplicarlas para dar voz a las necesidades de los ciudadanos.

Los presupuestos participativos de Porto Alegre (Brasil), constituyen, desde 1989, el ejemplo más representativo y emblemático de este proceso, que no pasa sólo por investigar, sino que pretende transformar la realidad, generando un diálogo entre las autoridades y los ciudadanos para definir las prioridades del gasto público.

En el contexto concreto de un gobierno municipal dotado de escasos recursos frente a una sociedad con fuertes desigualdades, se decidió otorgar participación a la sociedad civil, muy estructurada en el marco de asociaciones. Así, a través de procesos asamblearios, se logró establecer una serie de principios consensuados, entre los que destacaba el de “justicia social”, con objeto de que el gasto público incidiera directamente en una reducción progresiva de la brecha social y en la mejora del acceso a las oportunidades por parte de los más desfavorecidos.

Existen otros muchos casos de municipios, sobre todo en América Latina que se decidieron a implementar procesos participativos, principalmente en Argentina, Perú, Colombia y Brasil.

En España, encontramos los ejemplos de ciudades como Rivas Vaciamadrid, Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, Mejorada del Campo, Córdoba, Sevilla, Puente Genil, Santa Cristina d’aro, Terrassa, Mataró, Ferrol, Elche, La Laguna, Ermua y muchos más. En muchos de estos casos no podemos adjuntar un enlace o en ellos encontrarás referencias pasadas, pues, como se explica en este video las políticas participativas en el Estado Español tuvieron su auge entre 2001-2011, pero después de este año el cambio de color político de muchos ayuntamientos derivó en el abandono de los programas de democracia directa en nuestro país.

En el resto de Europa encontramos casos como Lisboa (Portugal) y Bolonia (Italia). En el resto del mundo Ontario (Canadá), Minnesota (EE.UU.) o Yokohama (Japón).

Los efectos de este tipo de actuaciones repercuten en el aumento de la implicación de los ciudadanos, la profundización en el debate social, mayor estructuración de la participación e incremento de la legitimidad de los gobiernos.

Para qué

Los principales resultados que arrojan las metodologías participativas van más allá de conseguir una visión más compleja de la realidad que la obtenida a través de los métodos cuantitativos y cualitativos. Su principal aporte es la transformación de la realidad, mediante un mejor reparto del poder y, por tanto, la responsabilidad compartida sobre todo el proceso de mejora de las situaciones que son objeto de estudio e intervención.

Nuestro trabajo, basado en la extrapolación de estas metodologías al contexto de las empresas, nos confirma que los niveles de implicación y compromiso por parte de los empleados mejoran en grado muy significativo. También encontramos que las soluciones a los problemas resultan por lo general más eficaces y sostenibles. Eso sí, lo realmente complicado de asumir, por parte de los altos estamentos de las empresas, es el proceso de delegación, aquel mediante el cual se comparte, con el resto de la plantilla, el poder de tomar decisiones. Es ésta una dificultad ligada a la resistencia de los cuadros altos, que temen que el mencionado proceso degenere en una situación de caos y desemboque en el hundimiento de la compañía (y en su fuero interno, en el fin de su propia razón de ser). Algo que no sólo no ha ocurrido hasta ahora en los lugares en que hemos aplicado nuestro método, sino que nos parece improbable pues este tipo de procesos despiertan la responsabilidad y el compromiso de todos para conseguir la mejora continua en las condiciones de su entorno.